La tipología del deudor nos pondrá sobre la pinta de las acciones a tomar para obtener el recobro. En cualquier caso, hemos de partir de un principio, la mayoría de morosos quieren pagar, otra cuestión es si pueden, como se pone en evidencia en nuestra siguiente clasificación:
1.- El que puede pagar: Carece de liquidez, lo que ocasiona leves e incluso largos retrasos en el cumplimiento de sus obligaciones. Pese a ello, el cliente cuenta con un importante patrimonio con escasas cargas o con elevadas rentas pero insuficientes para satisfacer el conjunto de sus obligaciones.
Son sujetos candidatos a refinanciar, dado que reestructurando su deuda podrán hacer frente a ella, o a presionar, para que liquiden o pongan en rentabilidad sus activos.
2.- El que no puede pagar: Escasas rentas y patrimonio, hagamos lo que hagamos no podrán responder a sus deudas ni a corto ni a medio plazo. La mejor oferta, en su caso, será una dación en pago y si ésta no es posible la única solución será la ejecución judicial para resarcirnos con sus limitados activos o rentas.
3.- El que no quiere pagar: Poco frecuente, generalmente responde a clientes empresarios que, para salvaguardar su actividad, priorizan a otros acreedores sobre nosotros, provocando retrasos de entre 30 y 90 días. Los peores casos responden a estafas y alzamiento de bienes.
Las ejecuciones precipitadas y las comunicaciones de presión suelen forzar a los empresarios a regularizar su impagado. En los casos tipificados como delito, la solución suele pasar por la negociación previa a la interposición de una querella.
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